Cumpleaños de mi hijo Álvaro y peli familiar al canto. De ésas con valores y cosas así. Vimos Invictus. En los difíciles inicios de la presidencia de Nelson Mandela, en una Sudáfrica asolada por el drama de la apartheid, Mandela logra lo que parece imposible: la unión de una nación simbolizada en su equipo de rugby, los Springboks. Este emblema de los afrikaneers, odiado por los sudafricanos negros, no atraviesa su mejor momento a falta de un año de la Copa del Mundo de 1995. Sudáfrica va a ser la anfitriona del Campeonato, y Mandela, con el capitán François Pienaar, consigue la hazaña de hacer creer al equipo que puede ganar, al país que puede estar unido y, finalmente, que los chicos del polo verde y dorado derroten en la trepidante final a la otrora invencible Nueva Zelanda, con lucha guerrera maorí incluída.
Una historia de confianza, esfuerzo y coraje basada en hechos reales. La película tiene un cierto tono documental, mantiene la tensión y el ritmo, y tiene unas estupendas escenas deportivas. Quizá, como señaló Álvaro, cabría esperar algo más de una cinta dirigida por Clint Eastwood y encarnada por Morgan Freeman y Matt Damon, pero esa es otra historia (como la de cierto jefecillo bananero que confundió a Nelson Mandela con Morgan Freeman). La que yo quería contarles aquí es la del poema que da título y sintetiza la película; poema del británico William Ernest Henley que el propio Mandela conservó durante sus largos años de prisión.
INVICTUS
En la noche que me envuelve,
negra, como un pozo insondable,
doy gracias al Dios que fuere
por mi alma inconquistable.
doy gracias al Dios que fuere
por mi alma inconquistable.
En las garras de las circunstancias
no he gemido, ni llorado.
Bajo los golpes del destino
mi cabeza ensangrentada jamás se ha postrado.
no he gemido, ni llorado.
Bajo los golpes del destino
mi cabeza ensangrentada jamás se ha postrado.
Más allá de este lugar de ira y llantos
acecha la oscuridad con su horror.
Y sin embargo la amenaza de los años me halla,
y me hallará sin temor.
acecha la oscuridad con su horror.
Y sin embargo la amenaza de los años me halla,
y me hallará sin temor.
Ya no importa cuan estrecho haya sido el camino
ni cuantos castigos lleve a mi espalda:
soy el amo de mi destino,
soy el capitán de mi alma.
ni cuantos castigos lleve a mi espalda:
soy el amo de mi destino,
soy el capitán de mi alma.
Estos versos sirven de inspiración al capitán Pienaar, y logran que el equipo confíe en la victoria; pues, finalmente, quien decide si ganas o pierdes eres tú mismo. Soy el capitán de mi alma. Qué buen consejo para estos tiempos de borrascas y turbaciones. Soy el amo de mi destino. Para que recordemos que no hay excusas para el desaliento ni margen para la cobardía.
Que tú y sólo tú, como leemos en el Quijote, eres el artífice de tu propia ventura.
Soy el capitán de mi alma.
Nos entretienes,nos haces pensar,sigue así amiga,ha sido una genial idea el empezar tu blog,¡Ánimo en tu nueva aventura y mucha suerte!
ResponderEliminarHacer disfrutar,hacer pensar:eso era para los clásicos la finalidad de la obra de arte.¡ Toma ya ! gracias, Fátima
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