lunes, 10 de marzo de 2014

Javier

Si aún no conocen el Castillo de Javier, ya pueden ir poniéndose en marcha, que en marzo tienen lugar las Javieradas en Navarra.

Javier es el nombre del castillo y de topónimo pasó a ser el nombre de Francisco, el menor de los hijos de uno de los principales nobles navarros, Juan de Jasso. Javier significa "casa nueva", pues tuvieron que reconstruir el solar después de la destrucción del castillo. Estamos hablando, claro, de uno de lo españoles más universales de todos lo tiempos.Ríanse de las héroes de las películas: si se llevaran a la pantalla vidas como las de Hernán Cortés o Ignacio de loyola, como Hollywood ha hecho con Toro Sentado y Buffalo Bill... el mundo cambiaría a mejor. Si se fijan, hoy encontramos el nombre de Javier, o Xavier, en indios y japoneses, descendientes quizás de los cristianos evangelizados por el Patrón de las Misiones o puesto en honor de este gigante de la fe. 

Las Javieradas son la versión ibérica del picnic inglés. Marcha, a veces nocturna, y acampada. Chistorras, queso y canciones, regados por los vinos de la tierra. Misa de Campaña. Vuelta. Chuletón para cenar. Igual que las fresas y el champán de los diletantes de Oxford y Cambridge.

Por esos prados correteaba Francico de Javier. Ayudaba a su familia en el cobro de los diezmos, el molino y la hacienda; rezaba en la iglesia que habían erigido sus padres, y era un niño feliz hasta que, allá por 1516, el Reino de Navarra, tras ser derrotado en la sublevación contra Castilla, sufre la demolición de las principales fortalezas: al volver de la batalla los hermanos de Javier encuentran su hogar en ruinas y sus tierras repartidas. El joven Francisco, fuerte, valiente y muy inteligente, se prepara para ir a la Soborna. Quiere ser un gran sabio y  restaurar la fortuna familiar. En su Colegio Mayor comparte habitación con otra persona extraordinaria, el italiano Pedro Fabro (el jesuita preferido del Papa Francisco): para que veamos lo importantes que son los amigos en la Universidad. Unos años después, llega Íñigo de Loyola, convertido en el Padre Ignacio, cargado de libros y de la llama fundacional que sería el gran incendio de la Compañía de Jesús. A Javier, lo que son las cosas de la vida, no le gusta Ignacio: había sido enemigo de sus hermanos en  las murallas de Pamplona. El de Loyola se da cuenta de la valía de este navarro alegre, estudioso, atlético, leal y rezador: si lo gana para Cristo,se ganarán miles de almas. "¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si al final pierde su alma?", le repetía, citándole el Evangelio.

Impresiona pensar que en el mismo Colegio Mayor vivía también un tal Calvino... Javier, años después, confesaría que la amistad de Ignacio le protegió entre otros peligros de el de la herejía que comenzaba a propagarse. Impresiona el uso que podemos dar de los talentos recibidos y del mayor don, la libertad; y de cuánto es capaz de hacer un solo hombre con un par de amigos.

Y eso que a san Ignacio le costó  mucho convencerle, no crean. Pero finalmente los tres, Ignacio, Pedro y Javier, fundaron la Compañía de Jesús, decisiva para erradicar el peligro de la escisión protestante, la de Calvino y otros.

Pero estábamos en el Castillo navarro; aunque ha pasado mucho tiempo, aún sonrío al recordar mi primera visita, con mis padres, a Javier. No llevamos mantel de cuadros ni cesta de provisiones, pero sí era en parte una peregrinación. Después de recorrer las estancias y la capilla con su precioso Cristo sonriente, nos íbamos (a merendar a la hostería) y, al despedirnos, el anciano jesuita que  hizo de guía, me dijo:

-Por si no nos vemos más... Hasta las trompetas.

Me quedé atontada pensando que me había dicho algo muy profundo, muy simpático y muy amable, o sea, lo máximo que uno puede decir -y ser-, y le contesté con la misma agudeza:

-Gracias.

Y aún fui más elocuente:

-Muchas gracias.

Y ya en el colmo del ingenio:

-Allí nos veremos.

Creo que se rió y añadió algo más, pero no me acuerdo bien; que estamos hablando de hace un siglo. He vuelto al Castillo, pero no he visto más a aquel buen sacerdote, ni una tarde tan azul, con un cielo tan claro que las torres del castillo parecían tocarlo.

Hasta los trompetasSe refería, claro está, al Juicio Final: las trompetas son una imagen bíblica, la de las murallas de Jericó que se hacen añicos ante la promesa de Dios. Como se vino abajo el Castillo de los Jasso Azpilcueta... pero bendita destrucción del castillo: gracias a eso el mundo ha ganado para siempre el regalo de un nombre -y un hombre- maravilloso: Javier.    

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